“Yo sí quiero que se vayan todos, como aquella consigna que nació en Argentina. Desde los que no tienen vergüenza para renunciar hasta los que carecen de cojones para botar a los ineficientes. Ya va siendo hora de que comencemos a serrucharles el piso voto a voto”.
“Madre muerta caminando” es como lo describo, mala traducción de “dead men walking”, que es como rotulan a los condenados a muerte mientras atraviesan el pasillo que los llevara a la silla eléctrica. Exagerada la comparación, por supuesto, pero igual lo repito mentalmente cada vez que me despido de mi hija y comienzo a atravesar ese trocito de aeropuerto donde ya no hay regreso, y me volteo para mandarle un besito volado con cara de que estoy bien y ella me responde guapeando para no llorar, mientras mi yerno, mi otro hijo, la abraza fuerte porque sabe lo que le espera cuando lleguen a casa y vea la habitación vacía.
Todos mis sobrinos ya se fueron. La única que faltaba se acaba de largar a Australia, que es como decir más nunca. “Eso no tiene consuelo”, les digo a mis hermanos como se lo he repetido a varias de mis…
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